Evidentemente el enfoque utilizado para estudiar al cuerpo de forma aislada, como un conjunto de sistemas con diferentes funciones conviviendo, nos trajo muchos beneficios; sobre todo en la lucha contra las enfermedades infecciosas. Pero a su vez, nos ha privado de ver otros problemas que estaban comenzando a manifestarse, dejándonos caer en esta actual epidemia de enfermedades modernas como la obesidad, diabetes, hipertensión o las enfermedades autoinmunes; muchas de ellas producto de nuestra alimentación moderna.
El enfoque actual nos lleva a pensar en la alimentación como un conjunto de nutrientes y calorías. Comer se transformó en una complicación terrible, todo el tiempo se habla de cantidades de calorías, de que si a la comida le falta hierro pero le sobra zinc, o que el calcio y las fibras y bla, bla, bla. Observar con lupa lo que comemos genera una división de la población entre personas que cuentan caloría a caloría, y las que no les importan lo que pasa por sus bocas, pues elijan el camino que elijan, parece que siempre acaban en una alimentación deficiente.
Para agregar más confusión al tema, día a día aparecen nuevas dietas y recomendaciones avaladas por ensayos clínicos controlados, los cuales poseen ciertas limitaciones (pues aíslan del entorno la variable que desean estudiar) que apuntan hacia diferentes caminos y nos llevan a conclusiones equivocadas; las cuales terminan convirtiéndose en dogmas incuestionables que alcanzan a toda la población.
Atento a esta problemática aparece un nuevo-viejo concepto, que encara la nutrición del ser humano de la misma forma en la que se hace con el resto de las especies, observando su alimentación en estado natural. A los animales de zoológicos o reservas ecológicas no se los alimenta con nutrientes aislados, sino con lo que comen en su hábitat.
La vida en el planeta tierra nos muestra que las especies fueron evolucionando y adaptándose al entorno en el que se desarrollaban, es simple, el que no se adaptaba no sobrevivía y esa especie se extinguía. Por ende, suena lógico pensar que nuestro cuerpo fue adaptándose a los alimentos que teníamos disponibles, aprendiendo a usarlos, tomando de ellos los nutrientes que nos servían, descartando los que no; generando respuestas y adaptaciones biológicas basados en ellos.
Si bien las diferentes etnias muestran marcadas características propias, que diferencian una de otras; todos pertenecemos a la misma especie, y nuestro origen es el mismo. Provenimos de la misma rama evolutiva, la cual comenzó la migración y comenzó a poblar las diferentes partes del mundo. Los diferentes entornos empujaron a que los nuevos habitantes produjeran las diferentes variantes genéticas necesarias para adaptarse a sus nuevas condiciones de vida. Pero mismo así, estas adaptaciones no alcanzaron a modificar completamente la genética original; se estima que las variantes genéticas se fijan en la totalidad de una población en 2 millones de años.
En ese mundo donde el humano evolucionó antes de la migración (conocida como etapa paleolítica), los alimentos disponibles eran los animales, vegetales, tubérculos, frutos, miel y huevos. El descubrimiento del fuego, permitió cocinarlos, generando reacciones químicas que modificaron algunas estructuras moleculares; impulsando una gran ventaja frente a las otras especies, ya que ayudaron a desarrollar nuestro complejo cerebro.
Tiempo después surge la llamada revolución agrícola (dando paso a la etapa neolítica), donde algunos grupos de humanos comenzaron a dejar su antiguo modo de vida nómade y desarrollaron progresivamente el pastoreo y la agricultura. Este proceso comenzó hace aproximadamente 10.000 años, muy poco tiempo en escala evolutiva como para generar grandes modificaciones genéticas.
Hace menos de dos siglos, los humanos inventamos los ultraprocesados con la finalidad de simplificar más aún la alimentación de una población en constante crecimiento. En principio no generaron ningún problema, y hasta ayudaron a que consumamos fácilmente algunos nutrientes difíciles de obtener de forma tradicional. Pero desde hace algunas décadas, la industria alimenticia desarrolló un poder gigante; y para seguir creciendo y expandiéndose perfeccionaron los ultraprocesados, de manera tal que generaran más dependencia en el cuerpo exigiendo un mayor consumo. (¿Cuántos pueden sólo comer una papa frita y dejar el resto del paquete? Yo no).

Si bien con el inicio de la revolución agrícola hasta la actualidad se generaron ciertas adaptaciones en parte de la población; por ejemplo hay personas que desarrollaron una genética que les permite tolerar mejor los cereales y los lácteos; esos miles de años no alcanzaron para adaptarnos 100% al consumo de ciertos alimentos; mucho menos esos cientos de años de comidas rápidas. Nuestro cuerpo está esperando recibir los alimentos que consumíamos en nuestra época de nómades, sabe por herencia genética como administrarlos y que respuesta dar ante cada estímulo (no sólo a los alimenticios).
La denominada alimentación evolutiva se basa en este proceso de evolución, sugiriendo una alimentación de base lo más cercano posible a lo que nuestra herencia genética espera, sin olvidar que cada cuerpo es diferente y puede poseer mayor o menor tolerancia a ciertas sustancias dependiendo de su árbol genealógico.
Actualmente también existen otras “corrientes” hermanas como la dieta paleo o la whole30, las cuales encajan dentro los lineamientos de la alimentación evolutiva. Sin embargo, actualmente me gusta mas el concepto conocido como Realfooding, el cual considero se adapta mejor a mi estilo de vida sin alejarse de los lineamientos mencionados. En artículos futuros voy a hablar un poco mas sobre ellos y como podemos aplicarlos sin complicaciones.